
Cuando un niño se divierte no hay nada que lo detenga ni quien le quite esa imaginación con la cual puede inventar el mejor de los amigos y jugar horas enteras sin que se preocupe por lo que pasa en el mundo de los adultos.
Hace ya algunos años estaba ahí ese niño, apenas tenía tres años de edad pero una imaginación enorme, ese niño que no paraba de jugar, de correr y de reír.
El escenario era el parque de la Piedra Lisa, ese lugar en donde tanta gente se reúne, pero ese día, que era miércoles por la tarde, había poca gente, lo cual favoreció para que el menor diera rienda suelta a su imaginación.
Acompañado de su mamá que lo seguía a cierta distancia, el niño subía a las resbaladillas, bajaba, corría después a los columpios para después irse al sube y baja en donde su mamá lo paseaba.
De pronto se quedó jugando en las resbaladillas y noté que, mientras subía y bajaba, no dejaba de platicar arduamente pero no había nadie más con él, ya que su mamá estaba a cierta distancia sentada en una banca.
Interesado por como el menor se emocionaba con la plática me acerqué un poco hasta poder escuchar.
Ahí me di cuenta de cómo la mente limpia, abierta e inocente de un menor tiene la intensidad de transportarlo a un mundo diferente en donde acomoda las cosas para que le favorezcan.
Así, escuchando a cierta distancia, me di cuenta que el niño platicaba con su amigo, ese amigo imaginario que casi todos tuvimos en la infancia. A él le platicaba sus cosas, le preguntaba y también le respondía las supuestas preguntas que le hacía su inmaterial amigo.
También me percaté que su amigo imaginario se llamaba “Parches” y que estaba en la Piedra Lisa acompañado de su familia consistente en su papá, mamá y una hermana los cuales, supuestamente, se encontraban en los columpios.
Luego de mucho jugar le llamó su mamá para irse a casa, ahí invitó a su amigo Parches y a su familia a su casa y mientras el niño se iba tomado de la mano de su mamá, constantemente volteaba y estiraba la mano en la cual, al parecer, llevaba agarrado a Parches.
Fue en esa “plática” entre ese niño de apenas tres años y su “amigo” Parches cuando me di cuenta que los adultos hacemos nuestros problemas más intensos y grandes y que, en ocasiones, un niño puede resolverlos sin ninguna dificultad.
Todos deberíamos siempre pensar en que un día fuimos niños y como nos divertimos sin preocuparnos de lo que pasaba o dejaba de pasar pues, algunas veces, podemos resolver nuestros problemas si no los tomamos tan apecho y dejamos de preocuparnos ya que nuestra mente se bloquea y no nos deja pensar fríamente.
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A partir del Lunes 11 de Abril de 2011
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