

“LA ALEGRÍA DE DIOS DA IDENTIDAD A LOS QUE ESPERAMOS SU VENIDA”
MT. 11,2-11
POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo
El tercer domingo de Adviento tiene una característica muy especial, está dedicado a la alegría, es llamado domingo de Gaudete, que significa “alégrense” y además sugiere el uso de los ornamentos color rosa. ¿Qué particularidad tiene pues el Gaudete en el Adviento? Que nos invita a experimentar el gozo por la venida de Cristo, el camino de preparación a su nacimiento debe incluir la alegría y el gozo; debemos vigilar (primer domingo de adviento), debemos convertirnos (segundo domingo de adviento), pero, sobre todo, debemos realizarlo con y desde la alegría.
El hombre sobre este mundo experimenta la alegría naturalmente como resultado de poseer aquello que le gusta, que desea y que es importante para él. También el hecho de solo pensar e imaginar que aquello que tanto deseo llegará, es importante para hacerme experimentar ya la alegría. Pero, no olvidemos, todo lo que en el mundo podemos recibir y gozar es siempre pasajero, llega a nosotros, nos alegra, nos hace felices, pero se termina, todo pasa. Todo esto sin considerar todo aquello que atenta contra la alegría: el dolor, el sufrimiento, el abandono, la muerte, etc., que nos privan de gustar de tantos bienes.
Desde el punto de vista de la fe, la alegría es algo mucho más profundo, es una realidad que incluye las alegrías que llegan al corazón, pero no se limitan a ellas, hay algo mas. La alegría de la que nos habla la Escritura es principalmente un don de Dios, Dios es principio, creador y primer sujeto de la alegría. Es un don que el mundo no puede ofrecer porque no lo posee, es ofrecido por Dios, es la felicidad constante y permanente que se experimenta en el corazón y que no es alterada por ninguna situación adversa. Experimentar y cultivar esta alegría, será la misión de la Iglesia hoy. El que busca alegrías pasajeras estará siempre hambriento y sediento de felicidad, pero no así quien recibe y experimenta la alegría que viene de lo alto, comenzará a descubrir lo grande, bello y bueno que existe en todas las cosas y sobre todo en Dios.
En la primera lectura escuchamos al Profeta Isaías que anuncia el tiempo mesiánico, el tiempo de la alegría futura. El texto inicia invitando a la creación a alegrarse: “Que el desierto y la tierra árida se alegren, regocíjese la estepa y florezca; estalle en flor y se regocije hasta lanzar gritos de júbilo” (Is 25,1-2). El motivo de tal alegría es muy puntual y considero es central en el texto: porque “Se verá la gloria de Yahvé, el esplendor de nuestro Dios” (v.3). El motivo de la alegría para el mundo es que podremos ver y contemplar la gloria de Dios y su esplendor.
Si nos damos cuenta, el nacimiento de Cristo es la manifestación de la Gloria de Dios, ahora si podemos ver el esplendor de Dios en el rostro de su Hijo. El profeta invita a “ver”, a diferencia de una constante en el Antiguo Testamento que es “escuchar”, “Escucha Israel”. Podríamos entender el tiempo del Antiguo Testamento como el tiempo en que se subraya la escucha de la Voz de Dios y el Nuevo testamento como el tiempo de la visión del rostro de Dios en Cristo.
En un texto del Evangelio de san Juan, Jesús invitando a permanecer en el amor dice: “Les he dicho esto, para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena” (Jn 15,11). Dios sabe que hay muchas cosas que nos hacen felices, que nos agradan y realizan, pero ninguna de esas realidades es plena, duradera, eterna, en cambio su alegría si dará plenitud a la nuestra. Dice Jesús les doy mi alegría, para que la de ustedes sea plena. Su nacimiento es el ofrecimiento de todos los dones de Dios que producen en el alma el verdadero gozo, aún nuestra conversión y arrepentimiento es motivo de alegría para Dios.
Pidamos con insistencia a Dios que su presencia entre nosotros produzca siempre una alegría total que nos haga no aspirar a otra cosa que no sea conocerlo amarlo y servirlo, porque por medio de estas acciones nos uniremos a Él ya desde este mundo. Ante los panoramas tan dolorosos que contemplamos a diario, la voz de la Iglesia debe ser la de los “mensajeros de la alegría”, como Isaías el Profeta, como María “alégrate llena de gracia”, como Juan Bautista y como cada Apóstol que anunciaron con fuerza que el mensaje de salvación estaba cerca. Dios nos ha dado ya su alegría y es necesario que anunciemos y propiciemos el encuentro de todos con Cristo. Y tú, ¿a quién anunciarás la alegría de Dios?
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A partir del Lunes 11 de Abril de 2011
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