COMENTARIO HOMILÉTICO

Administrador Colimapm | Opinión | 16/11/2025

PREPARAR LA VENIDA DEL SEÑOR CON UNA VIDA DILIGENTE Y FIEL

LC 21,5-19

POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo

Hermanos, nos estamos acercando al fin del año litúrgico, próximo domingo celebraremos la solemnidad de Cristo Rey. Ya desde ahora, la liturgia nos va acompañando y disponiendo para concluir este año litúrgico que se muestra como un ejemplo de lo que acontecerá con la vida y con la misma creación. Reavivar la fe y la fidelidad a Cristo serán los requisitos necesarios para disponerse al tiempo de la gracia que viene a nuestro encuentro.

Generalmente, cuando pensamos al fin del mundo, experimentamos el temor y el miedo; nos angustia pensar que las cosas no durarán para siempre. La creación es un regalo de Dios para el hombre y nos angustia pensar que todo pasará y será destruido. Todo lo que en el mundo existe está tocado por la caducidad y, lamentablemente, perece con el paso del tiempo; pero, existe algo o, mejor dicho, alguien que se eleva por encima de esta ley natural, y ese es el hombre. El hombre comparte con la creación la fragilidad y con Dios comparte, primero, la imagen y semejanza y después, por medio de la gracia, la filiación divina. El hombre tendrá que experimentar, mediante el paso por este mundo, las experiencias de dolor y sufrimiento que darán paso a la vida nueva.

Ya desde el Antiguo Testamento se creía, como nos lo dice el profeta Malaquías, en el día del Señor; en el día en que Dios vendría a liberar al hombre de todo mal, de toda atadura, y donde cada uno sería juzgado, leemos en el texto: “los soberbios y malvados serán como la paja. El día que viene los consumirá” (Mal 3,19), sin embargo, para los buenos dice: “Pero para ustedes, los que temen al Señor, brillará el sol de justicia, que les traerá la salvación en sus rayos” (v. 20). Dios actuará según su Justicia en favor del hombre. Ahora, si nos damos cuenta, Dios no viene a traer la destrucción y la muerte, no podemos pensar en el día final como un día en que Dios viene a derramar su ira sobre todo lo que él creó. Si nos damos cuenta, en el Salmo propuesto encontramos una página muy positiva sobre día final, dice el texto: “Alégrese el mar y el mundo submarino, el orbe y todos los que en él habitan. Que los ríos estallen en aplausos y las montañas salten de alegría. Regocíjese todo ante el Señor, porque ya viene a gobernar el orbe. Justicia y rectitud serán las normas con las que rija a todas las naciones” (Sal 97,7-9). Por tanto, confiar en Dios que viene a liberar y a salvar, tendrá que ser la actitud que nos acompañe, aun cuando experimentemos la destrucción frente a nuestros ojos.

Una virtud que es necesario fomentar en nuestra vida es la diligencia en el cumplimiento de las propias responsabilidades, es decir, realizar bien aquello que se nos ha encomendado porque esa será la manera cómo podremos estar preparados para el día final. No es únicamente realizando obras extraordinarias como nos ganamos el cielo, sino realizando en nombre de Dios, con fidelidad y amor todas las obras que nos ha encomendado, aun cuando estas labores sean difíciles; el creyente sabiendo que Dios le acompaña, le encontrará sentido a todo porque todo está orientado a Dios.

La certeza de que Dios camina con nosotros nos hace tomar una postura, una actitud y una convicción, aquella de serle totalmente fieles. En el Evangelio escuchamos una página difícil, que corre el riesgo de no ser bien entendida. La solidez y la grandeza del templo, motivo de orgullo para los judíos, es pasajera, un día terminará, por eso Jesús partiendo de ese ejemplo nos hace reflexionar sobre aquello que sí es importante y aquello que sí perdura para siempre. El texto concluye con una exhortación final: “si se mantienen firmes, conseguirán la vida” (v. 19), o como se leería en el texto original: “con su perseverancia conseguirán la vida”. La perseverancia en la fe nos habla, no de pasividad, sino de ponernos en movimiento frente a todo acontecimiento negativo, así podremos entender que también de nosotros depende, en parte, un buen fin para nuestra vida, porque nuestro fin es Dios.