
LA MISERICORDIA DE DIOS SE MANIFIESTA EN QUIEN SE ABRE A LA FE
(JN 20,19-31)
POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo
Hermanos, así como aconteció con los discípulos cuando se encontraron con el Resucitado, así también a nosotros, esta semana de Pascua, ha fortalecido nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad. Ellos, que en un primer momento creyeron que todo había terminado, recobraron la fe, y el encuentro el Señor resucitado los renovó y alentó. La presencia de Cristo resucitado no sólo ha devuelto la alegría de sus discípulos, sino que los hace entrar en una nueva relación con Él, una relación que se prolongará para toda la eternidad. Él vive para siempre y nosotros también viviremos con Él.
La Resurrección ofrece al hombre la posibilidad de entrar en una nueva relación con Dios por medio de su Hijo. Ya desde este mundo, esta unión es llevada a un alto grado, al punto que también, por gracia de Dios, se participará en un futuro de la resurrección. ¿A qué me refiero con una nueva relación? En primer lugar, no habrá más dudas, el Señor está vivo, y la fe que en un momento se debilitó ahora se fortalece al punto de ser ejemplar. Segundo, el trato con Jesús será diferente, más profundo, ahora si frente a ellos está la manifestación del Hijo de Dios en su humanidad gloriosa, resucitada, divinizada. El trato con Jesús no puede ser el mismo que antes, querer un trato superficial y natural como se tiene con cualquier otra persona dice mucho de la fe que nosotros manifestamos a Dios. Todas las expresiones de respeto, amor, reverencia y adoración ahora toman forma en la contemplación de Cristo resucitado. Tercer elemento de esta nueva relación, los discípulos son iluminados interiormente: “les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras” (Lc 24,45), su manera de ver la historia de Dios hecha palabra, ahora es totalmente distinta, es la iluminación de su inteligencia y de su corazón que les hará penetrar más profundamente en los misterios de Dios; por tanto, lo que comunicarán procederá de esa fuente inagotable de Dios en el alma. Cuarto elemento, les confiere mediante el don del Espíritu Santo la gracia para poder impartir en su nombre la misericordia, el perdón: “sopló sobre ellos y les dijo: reciban el Espíritu Santo, a quienes les perdonen los pecados les serán perdonado” (Jn 20,23). Este es el tiempo pascual, que tienen la finalidad de elevarnos en la unión y contemplación del Cristo Resucitado y a la aceptación de sus dones de Misericordia, de los cuales, uno esencial para nuestro tiempo es la paz.
El don de la Paz será de ahora en adelante, el saludo de Cristo y el fruto de la presencia del Dios vivo entre nosotros. Cristo resucitado aparece a sus discípulos en una situación exterior muy particular: es de noche, puertas cerradas, tienen miedo o temor a los judíos; situación de quien no ha recibido la visita de Dios o de quién no ha experimentado su presencia viva. En ese contexto aparece Jesús y su saludo es: “la paz esté con ustedes”, muestra sus manos para que constaten que verdaderamente es Él y después, nuevamente vuelve a decir: “la paz esté con ustedes”. Puede causar extrañeza que Jesús tenga que repetir por dos ocasiones el saludo de paz. Puede considerarse que la presencia de Dios nos pone en paz con el exterior y también nos pone en paz con Él. La tranquilidad, el orden y la paz en el mundo son importantes, pero es todavía más importante la paz con Dios, porque esa es la fuente de nuestra paz.
Cuando hablamos de paz exterior nos viene a la mente la pax romana, llamado así en la antigüedad, el periodo de tranquilidad que el Imperio romano vivió al interno, fruto de leyes y tratativas, fruto finalmente de decisiones humanas. La paz de Dios es mucho más que la paz exterior que el mundo puede ofrecer, Jesús mismo lo proclamó: “Les dejo la paz, mi paz les doy; no se las doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (Jn 14,26). Es la comunión con Él la que pacífica y ordena todas las cosas en el mundo, las conciencias y los corazones. Hoy urge la paz en nuestro mundo y en tantos países, pero, por la vía humana la paz se hace cada vez más difícil, porque existen muchos intereses y fines. Esto nos haga reconocer que el hombre sin Dios no podrá experimentar la paz, ni dentro, ni fuera de su corazón.
Agradezcamos los dones de misericordia que Dios nos ha concedido en Cristo su Hijo: La paz, la fe, el don del Espíritu para el perdón de los pecados, y la presencia real de Cristo en la Eucaristía, que nos permitirán ser verdaderos creyentes para un mundo incrédulo y frio. Sólo el Testigo que ha visto y creído mediante la Palabra y la Eucaristía podrá ser un fiel continuador de la obra de salvación que por pura misericordia nos ganó Cristo, así como san Pedro, cuya sombra aún era deseable por aquellos que con fe buscaban en él la fuerza del Cristo vivo que salva al mundo (cf. Hch 5,15).
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A partir del Lunes 11 de Abril de 2011
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