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COMENTARIO HOMILÉTICO

Administrador Colimapm | Opinión | 06/04/2025

“EL PERDÓN DE DIOS NOS RENUEVA Y NOS TRANSFORMA”

JN 8,1-11

POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo

 Hermanos, estamos casi a la puerta de la Semana mayor, y ahora la liturgia nos invita a meditar sobre un regalo que Dios ha destinado para el hombre: el perdón, fruto de la misericordia. Dios justifica, perdona y restaura la situación del hombre que ha pecado, porque el pecado trae sus consecuencias dolorosas y desastrosas. Dios ha decretado que su perdón será para siempre, pero es necesario reconocer el proprio pecado, y aprender a ser compasivos con los hermanos que han pecado, porque todos estamos heridos por el pecado y somos del mismo barro (Sal 103,14). Con la ayuda de Dios podremos levantarnos y recomenzar una nueva vida.

Las acciones malas que el hombre realiza contra su hermano y contra sí mismo son acciones reprobables, causan dolor y sufrimiento; afectan no sólo a terceros, ya que el mal realizado, afecta a la misma persona que lo realiza y es una ofensa a Dios. Generalmente somos fáciles para reaccionar cuando la ofensa viene contra nosotros, sin saber o imaginar todo lo que está detrás de una acción. Nuestro juicio hacia el pecado y el mal del otro es lo primero que nos viene en mente y generalmente es también negativo.

De hecho, a lo largo de la historia se han realizado códigos y se han estipulado sanciones contra quién traspasa los límites y atenta contra el otro, contra sus bienes y su integridad. En este contexto, la ley ofrecida por Dios, indica aquellas cosas que el hombre no debe realizar para evitar para entrar en la muerte. Los Diez mandamientos no son los únicos espacios en los que se mueve el hombre y en los cuales debe poner atención. De hecho, Moisés instituye, por mandato de Dios otras cláusulas y mandamientos para regular cada acción en particular. Hoy en el Evangelio meditamos sobre una de estas faltas, el adulterio; dichas prescripciones morales y cultuales se encuentran en el libro del Levítico y también en el Deuteronomio, (Lv 20,10; Dt 22,22-24). Pareciera que la muerte fuera la respuesta para eliminar el mal cometido, pero la muerte no es respuesta; el hombre tiene por gracia de Dios otro espacio para sanar: el perdón y la misericordia de Dios.

Dios, frente al pecado del hombre, no permanece indiferente, al contrario, se apresta a ayudarlo y le promete una salvación presente y futura, una acción nueva. Por ejemplo, la situación de esclavitud en Egipto, consecuencia del olvido de Dios, fue eliminada por la acción potente de Dios quien los liberó, los salvó y los condujo a la tierra prometida. De hecho, la primera lectura del profeta Isaías hace referencia a estas acciones y recuerda al pueblo que Dios realizó en el pasado esa obra maravillosa: “¿No se acuerdan de lo pasado, ni caen en la cuenta de lo antiguo?  Pues bien, he aquí que yo lo renuevo: ya está en marcha, ¿no lo reconocen?” (Is 43,18-19). Dios promete una acción liberadora que va más allá de la liberación de una situación de esclavitud física; es la esclavitud del pecado de la que Dios se encargará para dar al hombre la libertad. Es en Cristo, finalmente, en quien Dios nos muestra este rostro misericordioso, desde su vida pública, cuando se acercaba a los pecadores, los perdonaba y los invitaba a una vida nueva.

El pasaje del Evangelio nos presenta una situación de pecado: le presentan a la mujer adúltera y colocada en medio le preguntan a Jesús que piensa de la legislación dada por Moisés que prevé la lapidación de esa pecadora. Ante la insistencia de los acusadores Jesús se levanta y responde: “Aquel de ustedes que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra. Y se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos” (vv. 7-9). El único que puede hacer justicia y decretar un juicio ante el pecado cometido es Dios.

Jesús que es quién pudiera juzgar a esta mujer, porque es Dios y porque en él no hay pecado, le dice: “Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?”, ella reconoce que ninguno la acusaba, y Jesús le dice: “tampoco yo te condeno, vete y en adelante no vuelvas a pecar” (v. 11); ahora comienza para esta mujer una nueva vida, ahora comienza el tiempo de la lucha para evitar el pecado y para esperar que el futuro sea mejor y esté todo orientado hacia aquel que le tuvo misericordia.

Valoremos el don del perdón que Dios nos ofrece en Cristo, ese perdón que nos levanta, nos restaura y nos proyecta hacia adelante. Recordemos que, del pasado no podemos cambiar nada, lo único que si podemos cambiar del pasado es el pecado; cuando éste es confesado y perdonado ya no existe, ya no está presente a los ojos de Dios porque Dios nos ha perdonado.

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