
“CON JESÚS, EL CAMINO DE CONVERSIÓN NOS CONDUCE AL PADRE”
LC 3,1-6
POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo
Este domingo celebramos el II domingo de Adviento, ahora la liturgia nos ofrece una grande oportunidad para reconocer y descubrir la importancia de la venida de Dios y la manera cómo preparar su advenimiento. Domingo anterior subrayábamos que la vigilancia y la oración deben ser llevadas a la práctica con una actitud activa, y no pasivamente.
Cuando pasamos por momentos dolorosos, deseamos que pronto puedan pasar, lo anhelamos y, los que somos creyentes, pedimos también esa gracia a Dios. Esta manera de proceder en los momentos difíciles de la vida no es un escape o una forma de eludirlos, es, sobre todo, un signo de confianza de que todo está en manos de Dios y Él, por su infinita misericordia, puede ayudarnos.
En la Sagrada Escritura encontramos pasajes de la historia de Israel, donde podemos ver reflejada también nuestra experiencia personal. Caídas, fracasos, persecuciones, abandono, muerte, etc., pero también podemos ver la acción de un Dios potente que se compadece del hombre que ha creado y que ahora se dispone a ir a su encuentro. Ahora que nos preparamos para recordar la primera venida de Cristo, debemos hacer memoria de que todo el mundo, antes de su venida en nuestra carne, yacía en situación de pecado, de desventaja frente a todo aquello que atentaba contra su vida y felicidad. Dios es la bondad y la misericordia infinita, por eso, sus mensajes hacia el hombre son de salvación y de prosperidad. En sus siervos los profetas, hacia saber a su pueblo que se acercarían los días en que sus dones y sus gracias serían compartidos con su pueblo, entonces cambiaría su suerte.
Una de las acciones de Dios, de las que estamos plenamente seguros, es que su palabra ha llegado a nuestros oídos, porque ha entrado en nuestra historia. Ha hablado y se ha dirigido personalmente a los hombres justos que él ha elegido y después, por medio de sus profetas, ha dirigido una palabra potente que, finalmente, la resonado en la voz y en las palabras de su Hijo. El tiempo de Dios (Kairós) se hace presente en nuestro tiempo (krónos) para hablarnos. Fue Juan Bautista, el último de los profetas anteriores a la venida de Cristo, a quién fue dirigida la palabra de Dios, y quien también tuvo la dicha de mostrar su llegada. Nuestro tiempo presente no es indiferente a Dios, porque es a la vez un tiempo de gracia, por tanto, aprendamos a ver los signos que nos muestran esa acción divina sobre el mundo y también en el desierto interior del corazón, para que podamos disponer un camino nuevo para Dios.
Sin duda, una palabra profética significativa es “conversión”. Esta actitud es necesaria para disponerse al encuentro con Dios que nace. De hecho, el hombre debe hacer ese esfuerzo de enderezar y allanar los caminos para el Señor. Esto nos recuerda que cada uno debe hacer un esfuerzo personal para lograrlo. Muchas veces, en la vida espiritual y en la vida eclesial, pedimos que Dios nos conceda el bien, la paz, las bendiciones y todos sus dones, pero todo lo queremos sin ningún esfuerzo; o cuando nos empeñamos en pedirlo, en ocasiones, somos inconstantes. Es tarea de cada uno cambiar y enderezar la propia vida, pero reconociendo que es Dios quien concede el don de la transformación. Recordemos que no estamos haciendo un camino solos, Dios está con nosotros y los demás transitan el mismo camino. Aprendamos a caminar juntos hacia Dios.
Pidamos al Señor que abra nuestro corazón para poder disponerlo todo y podamos ofrecer un camino bien dispuesto, limpio y llano para que venga y entre en nuestro corazón. Recordemos que mientras tengamos vida, podremos enderezar lo que se ha torcido, llenar lo que hemos vaciado, y sanar lo que hayamos herido o lastimado.
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A partir del Lunes 11 de Abril de 2011
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