
POR: Armando Polanco Pérez
Mi tía Teresa pasaba horas cocinando y limpiando.
Su casa era de huesillos de palma con techo de lámina negra. Cocina y camas y al fondo el corral; eso era su casa.
El piso era de tierra y a la entrada sobresalía la punta de una piedra. Al entrar a su morada, dábamos vuelta a la piedra saliente. Cuando limpiaba, ensopaba el piso y con sus manos alisaba el lodo alrededor de la piedra, lo hacía como un tesoro medio enterrado.
Se aluzaba con un aparato de petróleo que cargaba a donde quiera.
Mi tía Teresa escuchaba todas las noches la radio en la XEW y a veces se escuchaban voces que no se entendía lo que decían hasta que le movía al otro botón o daba unos suaves golpecitos y entonces volvía a escucharse bien.
El radio lo tenía colgado en la esquina de su petril con un ixtle y se movía con el aire que entraba mientras ella calentaba en una olla de barro café en sobre El Marino.
En otra cazuela de barro calentaba manteca comprada por gramos en la carnicería de Lupián Zamora para freír frijoles.
Tacos calentados en brasas con frijoles fritos y café en leche, esa era nuestra cena.
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